- Y si me dejas ponerlo tantito por detrás
- No. Me va doler
- Pero es mi cumpleaños
- Eso no tiene nada qué ver
- ¿Te lo hicieron y te dolió?
- No
- Yo creí que te lo habían hecho mal, sin dilatarte como se debe, y que ahora pagábamos justos por pecadores
- Dudo mucho que mientras me pides sexo anal aplique eso de “justos por pecadores”
- Detalles
Era el primer día que no llovía en una semana que había estado de la verga, y coincidía que era mi cumpleaños. Llegué a casa de Rocío todo mojado, por los charcos que aún permanecían y los conductores pendejos que siempre sobraban. Me prestó un short y una sudadera en lo que mi ropa se secaba “te vas a enfermar” había dicho ella, y me ofreció bañarme cuando sus padres al fin se fueron. Hacía meses que habían dejado de preocuparse, debieron entrar en razón y aceptar que las cosas que les preocupan pueden suceder a cualquier hora y en cualquier lugar, y que seguramente ya habían pasado todas; así que supongo que les pareció más sano dejar de pensar en esos asuntos, o tal vez ya no les quedó otro remedio mejor, por salud mental. Así que se fueron y Rocío calentó la pasta, teniendo todo para hacer hamburguesas calentó la pasta, supongo que por ser mi cumpleaños le pareció más adecuado ello que sacar una carne tiesa y congelada y ponerla sobre un comal, o también pudo ser que se viera influida por su vecino y su acordeón que cada tarde de viernes se empeñaba en practicar esos tangos que por mucho tiempo no se distinguían, no se toleraban, pero que con el paso de los días ahora hasta se agradecían en una tarde de escampada eterna, de un clima honesto, sin altibajos.
Comimos en paz, en ese silencio tranquilo que sólo se puede tener con personas a las que conoces lo suficientemente bien como para no sentirte forzado a tener todo el tiempo un tema sobre la mesa, con quienes puedes compartir un silencio, un reposo. La música y la pasta me recordaban a La Dama y el Vagabundo, aunque yo nunca he sido un perro y siempre he preferido lo sedentario, aún así no dejaba de sentirme tentado a acercarle algo con la nariz, como en esa película de Loca Academia de Pilotos II, porque siempre tengo una referencia pop atorada entre pecho y espalda y porque sabía que ella lo iba a relacionar, y porque si no lo relacionaba de todas formas le hubiera arrancado una risa. Pero siempre he sido un cerdo al comer, así que mi plato estaba hecho un desastre y la mesa también, así que no era algo a seguir considerando. Los minutos pasaron en el reloj dejando un pastel de chocolate como los que siempre miro en los escaparates, un sombrero café envuelto para regalo y una desnudez necesaria que vino exigiendo besos, sexo, fluidos, genitales y cariño. Entonces llegó la encrucijada de cada tres meses, la petición formal de sexo anal que había empezado cuando habían fallado, cada dos días, las tomas por sorpresa de los primeros meses. La negativa se alzó con una victoria modesta, pero todo había estado tan bien que no me supo a derrota. Mi verga flácida ya en exceso sensible, sus pliegues adoloridos, las marcas en sus pechos, en sus hombros y en mi espalda, y las sábanas que todo lo recogen, minuciosas como peritos, a sabiendas de lavadoras que todo lo solapan.
La cosa con los cumpleaños es que uno, de cierta manera, siempre sabe qué esperar, y eso es lo que va moliendo la moral, las ganas, los deseos y casi todo. Del día común no se pide nada, a lo mucho que termine, pero a los cumpleaños los padres se empeñan en mostrárnoslos como algo especial, como un día en el que se le debe reconocer a uno, haya o no hecho méritos para ello. Y cuando creces y nadie te lo celebra como si en ello les fuera la vida crees que algo hiciste mal en el trayecto de niño a adulto.
Por eso a veces los rituales se traducen en botellas, en callejones y en deseos grandes, en sacarse la lotería, porque es mi cumpleaños; en una ronda para todos aunque no tenga con qué pagarla, porque es mi cumpleaños; en, sin importar lo que haya hecho, no hay manera de que esos cabrones me partan la madre, porque es mi cumpleaños; en Déjame Ponértelo Tantito Por Atrás, porque es mi cumpleaños. Y a veces pierdes todas, como ese boxeador veterano que no se retira porque no sabe hacer otra cosa, pero a veces, y sólo a veces, ganas una, y no te ponen una madriza, y hasta te dejan meterlo tantito por detrás y luego un poquito más, y eso te hace el día. Y por un ratito eres feliz, entonces postergas el odio y dejas las listas guardadas para después, el hecho de que ya no haya pasta de dientes y que lleves días cepillándote sin otra cosa que enjuague bucal pasa a segundo término, el que el camión de la basura ya no se lleve tus cosas porque no le das propina queda relegado por una noche, y una sonrisa es algo que se puede permitir, aunque sea un momento curioso, aunque no haya un objetivo a la vista y toda esta jodienda parezca un barco que no sólo no ve tierra firme, sino que no estás seguro de que la ande buscando. Y en ese lapso uno puede caminar tranquilo, gastándose el buen humor, vagar como perro, como perro después de la caricia, del cariño y del olfato, en ese momento uno se puede permitir hurgar entre la basura, entre la mierda y caminar un rato para que se oreé el buen ánimo que se tiene y que no se estanque, se pudra o se condense convirtiéndose en algo horrible, y en ese instante no te importa qué se haya hecho mal, por qué los días estén tan jodidos, y deambulas gastándote la caricia.
Y lo disfrutas, aunque el reloj te las pueda estar guardando todas en casa, porque ya te preocupaste por eso ayer, y ya te preocuparás por eso mañana.
Forastero Hdz
06/07/2012
- No. Me va doler
- Pero es mi cumpleaños
- Eso no tiene nada qué ver
- ¿Te lo hicieron y te dolió?
- No
- Yo creí que te lo habían hecho mal, sin dilatarte como se debe, y que ahora pagábamos justos por pecadores
- Dudo mucho que mientras me pides sexo anal aplique eso de “justos por pecadores”
- Detalles
Era el primer día que no llovía en una semana que había estado de la verga, y coincidía que era mi cumpleaños. Llegué a casa de Rocío todo mojado, por los charcos que aún permanecían y los conductores pendejos que siempre sobraban. Me prestó un short y una sudadera en lo que mi ropa se secaba “te vas a enfermar” había dicho ella, y me ofreció bañarme cuando sus padres al fin se fueron. Hacía meses que habían dejado de preocuparse, debieron entrar en razón y aceptar que las cosas que les preocupan pueden suceder a cualquier hora y en cualquier lugar, y que seguramente ya habían pasado todas; así que supongo que les pareció más sano dejar de pensar en esos asuntos, o tal vez ya no les quedó otro remedio mejor, por salud mental. Así que se fueron y Rocío calentó la pasta, teniendo todo para hacer hamburguesas calentó la pasta, supongo que por ser mi cumpleaños le pareció más adecuado ello que sacar una carne tiesa y congelada y ponerla sobre un comal, o también pudo ser que se viera influida por su vecino y su acordeón que cada tarde de viernes se empeñaba en practicar esos tangos que por mucho tiempo no se distinguían, no se toleraban, pero que con el paso de los días ahora hasta se agradecían en una tarde de escampada eterna, de un clima honesto, sin altibajos.
Comimos en paz, en ese silencio tranquilo que sólo se puede tener con personas a las que conoces lo suficientemente bien como para no sentirte forzado a tener todo el tiempo un tema sobre la mesa, con quienes puedes compartir un silencio, un reposo. La música y la pasta me recordaban a La Dama y el Vagabundo, aunque yo nunca he sido un perro y siempre he preferido lo sedentario, aún así no dejaba de sentirme tentado a acercarle algo con la nariz, como en esa película de Loca Academia de Pilotos II, porque siempre tengo una referencia pop atorada entre pecho y espalda y porque sabía que ella lo iba a relacionar, y porque si no lo relacionaba de todas formas le hubiera arrancado una risa. Pero siempre he sido un cerdo al comer, así que mi plato estaba hecho un desastre y la mesa también, así que no era algo a seguir considerando. Los minutos pasaron en el reloj dejando un pastel de chocolate como los que siempre miro en los escaparates, un sombrero café envuelto para regalo y una desnudez necesaria que vino exigiendo besos, sexo, fluidos, genitales y cariño. Entonces llegó la encrucijada de cada tres meses, la petición formal de sexo anal que había empezado cuando habían fallado, cada dos días, las tomas por sorpresa de los primeros meses. La negativa se alzó con una victoria modesta, pero todo había estado tan bien que no me supo a derrota. Mi verga flácida ya en exceso sensible, sus pliegues adoloridos, las marcas en sus pechos, en sus hombros y en mi espalda, y las sábanas que todo lo recogen, minuciosas como peritos, a sabiendas de lavadoras que todo lo solapan.
La cosa con los cumpleaños es que uno, de cierta manera, siempre sabe qué esperar, y eso es lo que va moliendo la moral, las ganas, los deseos y casi todo. Del día común no se pide nada, a lo mucho que termine, pero a los cumpleaños los padres se empeñan en mostrárnoslos como algo especial, como un día en el que se le debe reconocer a uno, haya o no hecho méritos para ello. Y cuando creces y nadie te lo celebra como si en ello les fuera la vida crees que algo hiciste mal en el trayecto de niño a adulto.
Por eso a veces los rituales se traducen en botellas, en callejones y en deseos grandes, en sacarse la lotería, porque es mi cumpleaños; en una ronda para todos aunque no tenga con qué pagarla, porque es mi cumpleaños; en, sin importar lo que haya hecho, no hay manera de que esos cabrones me partan la madre, porque es mi cumpleaños; en Déjame Ponértelo Tantito Por Atrás, porque es mi cumpleaños. Y a veces pierdes todas, como ese boxeador veterano que no se retira porque no sabe hacer otra cosa, pero a veces, y sólo a veces, ganas una, y no te ponen una madriza, y hasta te dejan meterlo tantito por detrás y luego un poquito más, y eso te hace el día. Y por un ratito eres feliz, entonces postergas el odio y dejas las listas guardadas para después, el hecho de que ya no haya pasta de dientes y que lleves días cepillándote sin otra cosa que enjuague bucal pasa a segundo término, el que el camión de la basura ya no se lleve tus cosas porque no le das propina queda relegado por una noche, y una sonrisa es algo que se puede permitir, aunque sea un momento curioso, aunque no haya un objetivo a la vista y toda esta jodienda parezca un barco que no sólo no ve tierra firme, sino que no estás seguro de que la ande buscando. Y en ese lapso uno puede caminar tranquilo, gastándose el buen humor, vagar como perro, como perro después de la caricia, del cariño y del olfato, en ese momento uno se puede permitir hurgar entre la basura, entre la mierda y caminar un rato para que se oreé el buen ánimo que se tiene y que no se estanque, se pudra o se condense convirtiéndose en algo horrible, y en ese instante no te importa qué se haya hecho mal, por qué los días estén tan jodidos, y deambulas gastándote la caricia.
Y lo disfrutas, aunque el reloj te las pueda estar guardando todas en casa, porque ya te preocupaste por eso ayer, y ya te preocuparás por eso mañana.
Forastero Hdz
06/07/2012
Comentarios
En estos días iré subiendo más cuentos. Saludos B)